EL CORAJE DE SER VULNERABLE

“Quien importa no es el hombre crítico, ni el que se fija en los tropiezos del hombre fuerte, ni en cuando el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre, quien se esfuerza valientemente, quien yerra, quien da un traspiés tras otro, quien, al final, aunque quizá reconozca el triunfo inherente al logro grandioso, cuando fracase, al menos caerá con la frente bien alta”

Theodore Roosevelt

Para estrenar este blog, hoy quiero hablaros de la vulnerabilidad y del coraje, dos emociones que parecen opuestas, pero que para mí se dan la mano y son mucho más cercanas de lo que pueda parecer a simple vista.

Vivimos en una cultura que le tiene pánico a la debilidad. Desde pequeñas (utilizaré el femenino genérico en el texto) aprendemos que ser el más fuerte es sinónimo de éxito y nos acostumbramos a esconder según qué sentimientos.

Nos escudamos tras una máscara, que nos permite ocultar nuestra tristeza, nuestros miedos, nuestras angustias… al fin y al cabo, todo aquello que muestre nuestra vulnerabilidad al mundo, nuestra fragilidad. Cuánto miedo tenemos a rompernos… A que nos vean de cristal, con el alma y las entrañas en cueros, mostrando esas zonas peligrosas que solo con ser rozadas pueden doler.

Mi experiencia vital me ha enseñado que en realidad, arriesgarte a romperte de vez en cuando y no ser una roca inmutable a los elementos es más un regalo que una maldición. Porque no esconderse es de valientes. Aceptar que somos frágiles es de valientes. De esa valentía que paradójicamente nos da fuerzas.

La vulnerabilidad NO es debilidad. Aunque hayamos nacido y crecido en una sociedad que nos lo ha hecho creer.

Cuando nos mostramos vulnerables nos sentimos débiles. En cambio, cuando vemos a alguien mostrándose vulnerable, lo que vemos es coraje.

La vulnerabilidad es riesgo emocional, exposición, incertidumbre…

Las personas podemos aprender a caernos, a recoger nuestros mil pedazos del suelo y reconstruirnos. Iguales, los mismos, pero siempre diferentes después de cada caída. Muerte y renacimiento, el ciclo de la vida.

Hace un tiempo un buen amigo, en un momento personal delicado, me dijo: “El hecho de que te muestres vulnerable delante mío, te hace más fuerte ante mis ojos”. Esa frase me llegó profundo y me impactó, y durante un tiempo estuve investigando en las redes esa relación entre vulnerabilidad y fortaleza.

Personalmente me parecía imposible que desde fuera se me pudiera ver fuerte cuando internamente me sentía frágil y atemorizada, con miedo a seguir sintiendo dolor o tristeza. En ese momento conocí el trabajo de Brené Brown, una académica, escritora e investigadora americana, a la que sigo desde entonces.

Brené Brown es conocida a nivel mundial sobre todo por la charla TED Talk “El poder de la vulnerabilidad”. Conocí esta charla hace ya varios años y me encantó. Gracias a este vídeo (que os muestro a continuación) pude poner palabras a algo que sentía y estaba percibiendo en mi entorno: que atrevernos a mostrarnos auténticos ante los demás, bajando la coraza que nos protege, aún teniendo miedo de ser heridos de nuevo, nos permite conectar realmente con otro ser humano y permite que los demás se sientan más seguros para bajar también sus propias corazas.


NECESIDAD DE CONEXIÓN Y PERTENENCIA

La capacidad de mostrarnos vulnerables ante otros nos lleva directamente a la conexión. Conectar con otros seres humanos es uno de los principales motivos por lo que estamos en este mundo, es lo que nos hace sentir vivas, lo que da sentido a nuestras vidas, un objetivo común. La necesidad de conexión del ser humano con otros seres vivos es enorme, y cada vez más difícil de conseguir en este mundo capitalista e individualista que habitamos.

Estamos neurológicamente programados para ella. Necesitamos amor, pertenencia y conexión, pero la mayoría hemos vivido (y sufrido) situaciones dolorosas de desamor, exclusión y desconexión. Estas experiencias nos llevan a tener cada vez más miedo a la desconexión… porque queremos evitar volver a sentir ese dolor.

Ese miedo es la vergüenza. Vergüenza de ser quienes somos, de actuar como actuamos, de ser amadas y aceptadas sólo por lo que pretendemos ser, y no por lo que realmente somos, porque internamente tememos que no valemos la pena, que no somos dignas de esa conexión, que no somos suficiente tal y como somos.

LA VERGÜENZA: UNA EMOCIÓN UNIVERSAL

Lo que nos une a todos los seres humanos es esa vergüenza. Todas la sentimos, todas las que podemos sentir empatía o conexión humana hemos estado en ese lugar en el que solo deseamos correr a escondernos.

Y además, esa vergüenza crece con el silencio, cuando no hablamos con amigos sobre ella, o con nuestro terapeuta, cuando ponemos toda nuestra energía en esconderla, a veces incluso ante nosotras mismas.

En ese silencio, la vergüenza se va haciendo cada vez más grande, aumentado un poco más en cada ocasión que nos encerrarnos para no ser vistas, creyendo que ser vistas es peligroso.

Nos vamos haciendo una bola, escondiéndonos del mundo y de las demás personas, olvidando que el único modo de conectar realmente es dejarnos ver, de verdad, desde las entrañas, mostrando esa vulnerabilidad.

Necesitamos hablar más de la vergüenza entre conocidos y amigos, compartir con otros cómo lidiamos con ella. Darnos cuenta de lo común que es, y dejar de creer que es un fallo sentirnos avergonzadas. Intentar aceptarla como parte de ser humano. Es un tema incómodo del que no nos suele gustar hablar, pero para llegar a todo lo que nos trae la vulnerabilidad (innovación, goce, adaptación al cambio, creatividad…) no nos queda otra que dejar de esconder la vergüenza como si fuera algo negativo.

Tenemos que empezar a darle valor al fracaso. Probar algo, equivocarnos, corregir, seguir probando… hasta conseguirlo. El camino de los grandes logros está lleno de fracasos intermedios que no nos paralizaron. Cuando apuestas, cuando arriesgas… puedes ganar. También puedes perder, claro. Pero si pierdes, al menos lo has intentado.

La vergüenza, cuando no somos capaces de acallarla y decirnos “voy a hacerlo” o “voy a decirlo”, y nos atrapa, cuando se convierte en algo habitual en nuestras vidas, puede llevarnos a adicciones, depresión, violencia, agresiones, bullying, suicidio, trastornos alimentarios… una auténtica fuente de auto-castigo y de castigo hacia los que nos rodean.

Además, no podemos obviar que la vergüenza está totalmente atravesada por el género. Cuando la vergüenza nos inunda, todos, hombres y mujeres, nos sentimos igual, es una emoción universal, pero qué nos avergüenza tiene una clara organización por género en este mundo patriarcal.

Para las mujeres, la vergüenza nace en el mensaje de hazlo todo, hazlo perfecto, y que no se note que te cuesta; son todas esas expectativas contradictorias, conflictivas e imposibles con las que crecemos, relacionadas con cómo se supone que debemos ser: las mejores madres, las mejores amigas, las mejores profesionales, las mejores amantes… todo a la vez.

Para los hombres, la vergüenza consiste en no ser percibido como alguien débil, a veces incluso ante la mirada exigente y nada compasiva de las mujeres que los rodean, que esperan de ellos que sean el salvador, el fuerte, el que nunca fracasa.

El silencio, el secretismo y el juicio alimentan la vergüenza. La compasión y la empatía son el antídoto. Recordemos cuando alguien nos muestra su vulnerabilidad y tiene el coraje de hablarnos de todo aquello que le avergüenza, que podemos decirle: “Te entiendo. A mí también me pasa”.

TODOS MERECEMOS AMOR Y PERTENENCIA

La investigación de Brené Brown mostró que aquello común entre las personas que se sienten suficientemente valiosas y dignas era que tenían un gran sentimiento de amor y pertenencia, precisamente porque se creían merecedores de ese amor y pertenencia, a diferencia de aquellas que nos pasamos la vida lidiando con sentimientos y creencias de no ser suficientemente valiosas.

Si no creo que lo merezco, ¿cómo voy a poder conseguir ese amor, pertenencia y conexión que todas necesitamos? Lo que nos mantiene desconectadas es precisamente nuestro miedo a no ser dignas de conexión.

Para mí es importante señalar que ese miedo a no ser dignas lo sentimos todas, y que la única diferencia entre las que conectan fácilmente y las que no, es que las primeras se atreven a mostrarse incluso teniendo miedo. El camino para conectar con otros seres humanos no es eliminar ese miedo, si no aprender a convivir con él. Transitarlo sin resistirse. El miedo es lo opuesto al amor, la entrega, la apertura y la confianza en la vida.

Todas tememos el rechazo y la exclusión, es doloroso vivirlo, y todas lo viviremos más de una vez en nuestras vidas. Vivimos en un mundo vulnerable. Las emociones de dolor y miedo, aunque pueden ser incómodas, forman parte de estar viva. Son emociones adaptativas que nos ayudan a cubrir necesidades no cubiertas.

Si puedo aceptarlas y sentirlas, y aún así sentirme digna de amor, pertenencia y conexión, me será más fácil encontrar dentro mío la valentía para mostrarme y conseguir conexiones reales y profundas, de aquellas que nos conectan a la vida.

CORAJE, COMPASIÓN, CONEXIÓN

Tenemos miedo de ser genuinas y auténticas, de ser entusiastas y sinceras. Necesitamos coraje y compasión para mostrar esa autenticidad.

Coraje para atravesar nuestros miedos. Etimológicamente “coraje” significa “mostrar la historia de quíén eres con todo tu corazón”. Tenemos que permitirnos ser vistos, completa y profundamente. Amar con todo el corazón, aunque no haya garantías. Practicar la gratitud y la dicha. Celebrar la vida. Y cuando la intensidad del amor, o el dolor, o el miedo nos atraviesa, poder parar y agradecer estar vivas. Sentirse vulnerable significa estar viva.

Compasión para ser amables con nuestras propias imperfecciones primero, y con las imperfecciones de los demás después. Todas somos imperfectas, forma parte de la naturaleza humana, pero nos resistimos a esa verdad y nos esforzamos día tras día buscando la perfección, sin que llegue nunca a funcionar. Somos imperfectas, tenemos la capacidad innata de lidiar con esas imperfecciones, y lo mejor de todo, aún siendo imperfectas todas somos merecedores de amor y conexión.

Si nos rompemos, tenemos la capacidad de salir reforzados y más bellos.
Como la técnica japonesa del kintsugi, que es el arte de hacer bello y fuerte lo frágil. Al reparar un objeto roto, las grietas se rellenan con polvo de oro, para resaltar la zona dañada, bajo la creencia de que cuando algo ha sido dañado y tiene una historia, se vuelve más hermoso.

Cuando recibas críticas o comentarios, no siempre te las creas. Escucha a aquellos que están siendo valientes con sus vidas. O esas críticas pueden aplastarte.

Rodéate y escucha a aquellos que te quieren, no a pesar de tus imperfecciones y vulnerabilidad, si no precisamente por tu imperfección y vulnerabilidad.

De hecho, cuando estás en el suelo, cubierta de sangre, sudor y lágrimas, tienes una perspectiva interesante… Ves a otras valientes como tú.

Eso sí, la vulnerabilidad sin límites no es vulnerabilidad. Escuchar tu historia es un privilegio, así que comparte tu historia sólo con quien se haya ganado el derecho a escucharte, construyendo un puente contigo hecho de pequeños pasos de confianza y coraje. No necesitas contarle todo a todo el mundo, en todo momento.

Ser vulnerable y formar parte de algo, de verdad, no exige que cambies quien eres, exige que seas quien eres. Ser capaces de renunciar a quienes creemos que debemos ser, para ser lo que somos. Conseguir abrazar completamente nuestra vulnerabilidad. Creer que lo que nos hace vulnerables, es lo que nos hace bellas.

Necesitamos creer que somos suficientes, porque cuando lo creemos de verdad, dejamos de luchar y gritar y empezamos a escuchar con el corazón, a ser más amables con las personas que nos rodean y con nosotros mismos.

NO ES POSIBLE SENTIR UNAS EMOCIONES Y OTRAS NO

Ahora bien… ¿y cómo hacemos para abrazar nuestra vulnerabilidad y atrevernos a mostrarla? En primer lugar, intentando no insensibilizarnos ante ella. Lo hacemos continuamente, comprando cosas que no necesitamos en realidad, comiendo compulsivamente, recayendo en unas adicciones tras otras. Vivimos en la sociedad con más deudas, obesidad y adicciones de la historia.

La vulnerabilidad está detrás de la vergüenza y el miedo, pero al mismo tiempo es lo que nos conecta con la dicha, la creatividad, la pertenencia, el amor… Si me niego a sentir miedo y vergüenza me estoy negando también a sentir dicha y felicidad.

La creatividad, la innovación, la adaptación al cambio son cualidades que nos hacen crecer y evolucionar para aumentar nuestro propio bienestar. Y el camino para llegar a esas cualidades es aceptarnos vulnerables. La vulnerabilidad es el lugar donde nacen todas esas cualidades necesarias para lograr una vida plena.

El problema es que no podemos seleccionar qué emociones sentir y cuáles no. Evitando sentir miedo, pena, vergüenza, decepción, evitamos la posibilidad de sentir también las emociones placenteras y los afectos. Las insensibilizamos todas, incluidas la dicha, la gratitud, la felicidad. Y al no poder sentir esas emociones positivas sentimos un vacío que seguimos intentando llenar de cualquier modo, haciéndonos cada vez más y más insensibles y cayendo en una espiral sin salida.

Todas queremos más amor, intimidad y alegría en nuestras vidas. Pero no puedes tener eso si no te dejas ver. ¿Cómo pueden quererte si no pueden verte?

La vulnerabilidad es el camino hacia el otro, pero nos da miedo tomar ese camino y acabamos haciéndonos mucho daño unos a otros. Es mucho más fácil causar dolor, que sentir el dolor, y por eso las personas cogemos nuestro dolor y lo proyectamos en otras personas, en lugar de parar y decir: “Esto duele. Mucho. ¿Me ayudas a pasar por este dolor?”

LA VIDA ES INCIERTA, Y ESA ES LA ÚNICA CERTEZA

Reconozcamos y aceptemos que vamos a fracasar si somos valientes en nuestra vida. Ser valiente y vulnerable no tiene que ver con ganar y perder. Tiene que ver con exponerte cuando no puedes controlar el resultado.

“El miedo es la no aceptación de la incertidumbre”

Rumi

Atrevámonos a mostrarnos, a ser la primera en decir lo que sentimos, sin ninguna garantía. Amar es ser vulnerable. Es mostrarle tu corazón a otro y decir: “Se que podría doler mucho, pero estoy dispuesta a hacerlo. Estoy dispuesta a ser vulnerable y amarte”.

Cada vez hay más personas en el mundo hoy en día que no están dispuestas a correr ese riesgo. Preferirían no conocer el amor a tener que conocer el dolor o la pena, y ese es un enorme precio a pagar.

No podemos controlar ni predecir el resultado de mostrar nuestra vulnerabilidad. Puede salir como deseamos, o no. Pero si no lo intentamos, si no nos arriesgamos a lo impredecible, seguro que no podremos conseguir la conexión que necesitamos.

Es muy seductor decirnos “no, todavía no, me arremangaré y me lanzaré cuando esté totalmente protegida y sea perfecta”… Pero la verdad es que ese momento nunca llega, porque la vida es imperfecta y no hay certezas.

Vivimos un mundo incierto, nada es predecible, y nos pasamos la vida intentando aferrarnos a certezas cuando estas no existen realmente, perdiéndonos lo mejor de estar vivas por el camino.

Si vamos a reencontrar el camino que nos conecte unos a otros, debemos transitar la vulnerabilidad.

Y decirnos cada día:

“Voy a vivir en la arena”

“Voy a ser valiente con mi vida”

“Voy a exponerme, voy a arriesgar”

Con la certeza de que algunos de esos días, nos vamos a caer, vamos a fracasar, vamos a conocer el dolor. Y aún así, tomar la misma elección cada día: “Hoy elegiré el coraje por encima de la comodidad”.

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