ANTE UNA CRISIS, LA SOMBRA SE HACE VER

En todo el texto usaré el femenino genérico

La inédita situación actual que atraviesa el mundo nos está colocando a todas nosotras en nuevos lugares. Con las medidas de confinamiento, muchas hemos pasado del estrés y la vida acelerada a la pausa, el no-hacer y la lentitud.

La obligación de parar y soltar las falsas seguridades a las que nos agarrábamos nos enfrenta sin tapujos y crudamente a la fragilidad y vulnerabilidad que supone estar vivas. Y esa realidad, ese darse cuenta de lo frágil que es nuestra vida, y lo inestables que pueden ser nuestras certezas, nos obliga a mirar lo que siempre ha estado ahí, en la oscuridad, que no deseábamos mirar.

Las crisis, ya sean personales o colectivas, producen eso. Nuestros esquemas previos se resquebrajan y todo aquello que permanecía oculto en el inconsciente emerge por entre las grietas y las rendijas. La sombra, como la llaman algunos psicoterapeutas. Puede suceder cuando fallece un familiar cercano, o tras una ruptura amorosa, o ante un evento traumático…

Pese a todo, una crisis es también una oportunidad. Necesitamos la polaridad y las contradicciones para entender el mundo y a nosotros mismos. El día no existe sin la noche. La luz respecto a la oscuridad. Lo aceptado versus a lo negado. Aquellas partes de nosotros que no nos gustan, aquellas experiencias que quisimos olvidar y guardamos en una caja cerrada a cal y canto en el desván de nuestra memoria, todo ello, comienza a asomarse en estos días, y en mitad de la crisis, ya no podemos mirar a otro lado. Las antiguas distracciones ya no nos sirven.

El proceso de aprendizaje emocional pasa muchas veces por aceptar y acoger nuestras contradicciones. Abrazar la sombra. Escucharla e incorporarla como otra parte más de nuestro ser.

La obligación de quedarnos en casa disminuye nuestra capacidad de distracción y todas aquellas estrategias que utilizábamos para no dar espacio a lo que duele, ya no tienen tanto efecto, o no podemos utilizarlas encerradas en casa. Podemos seguir huyendo (o intentarlo), como hemos hecho tantas veces, o bien aprovechar esta crisis para iluminar aquello que estaba oculto entre las sombras.

Vivir duele. Y desde la pureza e inocencia de los primeros años de vida, cada experiencia vivida nos marca. Muchas de esas experiencias nos hieren, nos duelen. Nuestro cuerpo emocional, a medida que crecemos y experimentamos, va almacenando heridas y cicatrices. Heridas que ante cada nueva crisis resuenan y evocan todo lo anterior.

Las heridas por sanar se abren y quizás sangran de nuevo. Las heridas ya sanadas, en forma de cicatriz, palpitan y resuenan como hacen las cicatrices físicas los días que llueve o hace frío.

Los monstruos no duermen bajo tu cama, duermen dentro de tu cabeza

A algunas de nosotras esta crisis nos lleva a recordar crisis anteriores que hemos ido viviendo en el pasado. Heridas ya sanadas que en su momento, quizá con ayuda de un psicólogo o terapeuta, pudimos entender, procesar e integrar. Procesos de aprendizaje emocional que nos llevaron a conocernos un poco mejor, siempre cambiantes como somos. Que nos llevaron a aprender recursos para sostener y atravesar emociones incómodas y dolorosas. Heridas que ya sacamos a la luz, temas que procesamos e integramos en su momento. Para aquellos que ya conocemos nuestras heridas, esta crisis quizás no implica una gran ruptura, y más que un encuentro con la sombra es un (re)encuentro con aquello que en el pasado rechazamos de nosotros mismos, como cuando saludas a un viejo conocido al que hace tiempo que no ves. En estos casos, toca sacarle el polvo a nuestra cajita de recursos para afrontar tanto miedo, incertidumbre y finalmente, poder conectar con la gratitud.

A otras, en cambio, en las que palpitan heridas anteriores no sanadas, éstas salen a la luz con la crisis. Heridas más o menos conscientes que se abren y sangran de nuevo. Y tenemos miedo, y no queremos quedarnos a solas con nuestra sombra, parar y mirarla a los ojos, invitarle a un café y escucharla, consolarla, abrazarla y estar con ella. No sabemos hacerlo, no lo hicimos antes aunque fuéramos conscientes de esa herida. Nos asusta dar espacio a tanto dolor y que nos abrume y nos sobrepase. Sentimos que no tenemos herramientas y recursos, y queremos seguir distrayéndonos, esta vez por redes sociales, ocupando todo nuestro tiempo. Solo que esta vez, sin el exterior y el contacto social, las distracciones que funcionaban ya no tienen tanto efecto. Y no sabemos qué hacer, y la ansiedad poco a poco va creciendo.

Otras, para los que el hogar no es un lugar seguro, si no el lugar donde la herida se crea y se agranda, podemos sentirnos atrapadas y desesperadas, sin lugar para la huida que nos podría salvar. Y las lágrimas, el desánimo y la depresión comienzan a mostrar su rostro, cada vez más a menudo.

A algunas, en cambio, esta experiencia es la primera crisis vital que vivimos que nos enfrenta a lo incierto de la vida. Y no entendemos qué nos pasa, porque duele, qué emerge. Y nos paralizamos, y no sabemos cómo seguir.

Cada una de nosotras recorre su propio viaje, tan similar y tan diferente de los viajes ajenos.

Sea cual sea tu situación, este es un momento ideal para parar y escuchar nuestra sombra, esa de la que huimos constantemente amparadas por la vorágine del día a día frenético que no nos da un respiro. Momento ideal también, porque no tenemos otra opción. Nuestra sombra, conocida o no, va a hacerse un lugar a nuestro lado, mientras vemos una serie en el sofá, o cocinamos, o recorremos por milésima vez el pasillo de nuestra casa.

The Scream by Edvard Munch

Estamos viviendo un momento de individualidad y aislamiento, de estar cada una consigo misma. Y aunque duela, es ese estar con una misma el único lugar en que podemos sanar las heridas que surgen. Al mismo tiempo, alrededor del planeta crecen iniciativas ciudadanas que nos invitan a pensar en lo comunitario. En que juntas somos más, de la mano. En que esto que me pasa, nos pasa a todas. Todas somos frágiles. Y vulnerables. Y tenemos miedo. Y estamos tristes. Ojalá este sea un tiempo también de aprender a empatizar con los demás.

Miles de personas ofrecen sus dones desde casa, acompañamiento terapéutico, arte, conocimientos, simplemente escucha, presencia y conexión en tiempos de confinamiento. Y es compartiendo desde la vulnerabilidad y la autenticidad que podemos ayudarnos unas a otras.

Los próximos meses y años van a seguir sucediendo colapsos que nos fuercen a decrecer, se está generando un cambio de paradigma social y político del que todas desconocemos el resultado. Desconocimiento que puede aumentar la ansiedad. Ansiedad con la que puede no ser fácil aprender a vivir. Si te está resultando complicado, o sientes que necesitas acompañamiento y recursos, recurre a otros seres humanos, amigos, conocidos o desconocidos. Miles de personas como yo estamos ofreciendo nuestra presencia para darte la mano en estos nuevos pasos.

Profesionalmente, aunque anteriormente había hecho algunas sesiones on line por urgencias, siempre he preferido las sesiones presenciales, donde el contacto cercano entre ambas personas crea un vínculo íntimo y sanador, que transforma a ambas, continuamente. Este confinamiento y la responsabilidad de quedarme en casa me ha obligado a seguir acompañando desde una pantalla, que puede parecer fría e impedir la conexión, pero que me está llevando a descubrir que los seres humanos podemos conectar unos con otros mucho más fácilmente de lo que imaginaba, no importa el medio. Una presencia amorosa, ya sea de un familiar, de un amigo, o un terapeuta, puede ayudarte a dejar de tener miedo de esa sombra que aparece, y abrazarla y acogerla como parte de ti.

Resistirnos y seguir en lucha no es la respuesta.

Rendirse. Dejar de nadar contra corriente. Y entregarse sin reparos a este viaje en el que nos hemos visto forzadas a caminar.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *